Desde hace décadas, expertos ecologistas de todo el mundo advierten de que el ser humano está acabando con el planeta. La emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, explican, está calentando la Tierra, un lugar que solo puede asistir impotente a su destrucción.
Se trata de una idea correcta, pero incompleta, opina James Lovelock, afamado científico británico de 102 años que postuló por primera vez hace 60 años lo que después ha dado en llamarse Hipótesis Gaia.
Esta viene a decir que la biosfera actúa como un sistema donde los seres vivos interactúan entre sí garantizándose la supervivencia.
En otras palabras, Gaia, la Tierra, regula de forma natural las condiciones de vida de esta misma biosfera para conseguir unas condiciones de vida habitables en su interior. Para lograrlo, pone en marcha todo tipo de mecanismos.
Dado que, por ejemplo, el Sol calienta más cuanto más envejece, a lo largo de cientos de millones de años Gaia ha creado bosques y casquetes polares que ayudan a regular la temperatura de la Tierra.
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Desde que se postuló por primera vez en los años 60 del siglo XX, pasaron décadas hasta que esta teoría empezó a calar entre el resto de expertos.
En plena vorágine de teorías neodarwinistas que entendían que la evolución de las especies responde al esfuerzo adaptativo de estas por encajar en su ambiente, muchos científicos fueron reacios entonces a reconocer que ese vínculo podía darse también al revés, con la biosfera haciendo lo suyo por ser un lugar más agradable.
No fue hasta mediados los años 80, cuando Lovelock se unió a la bióloga estadounidense Lynn Margulis, que la Hipótesis Gaia cobró fuerza de verdad.